sábado, 28 de enero de 2012

LAS MALAS COMPAÑÍAS

La democracia no tiene enemigos. A mas de simpática es variopinta. Es tan querida que, todos los colores la persiguen para comérsela a mordidas, no a besos. Porque les significa la manera mas fácil y cómoda de ladrarle a la gorda. Basta levantar el dedo. Alargar un seudópodo.
    La democracia es tan amada porque al abrigo de su cálido regazo, el cuerpo electo se regodea a sus anchas, engordando bajo la apariencia de una comunión casi perfecta con las masas.
    Viéndolo así, el pueblo es un sumiso cordero, cuya mayor aspiración casi fe, es la democracia. Las dulces palabras del político son como miel a las moscas. Es un canto de sirenas que cesa en el instante del voto emitido. Y la vuelta a la realidad es inminente: se desata la orgía de prebendas, regalos y prestaciones. Y el olvido a la palabra dada, se torna en sublime verborrea aletargadora.
    El elegido se vuelve arrogante, sin escrúpulos. Desde su nube ha perdido el contacto visual con el prójimo y levita como el mas santo, puro y casto mas allá del bien y del mal.
    De vez en cuando baja de sus alturas y se infiltra sin invitación al escrutinio riguroso del desencanto general, pretendiéndose juez y parte.
    Se ha vuelto tan corrioso, tan inmune al repudio...

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